Discusión telefónica mañanera con Jota por una gilipollez que ni siquiera merece la pena mencionar pero que lo ha transformado en Engendreitor. Distante, estúpido, cínico, inmaduro, prepotente, pueril, soberbio. No voy a dejar que me afecte. No hay dolor.
Con un cabreo del 15 he cogido el metro justo a tiempo para llegar a una reunión en Atocha. Un señor muy amable me ha cedido su asiento y mientras aposentaba en él mis reales y embarazadas nalgas resoplando por el subidón de adrenalina que tenía encima, lo he visto: mi vecino de asiento era un rubio potentísimo de unos 25 años, con nariz aguileña, labios jugosos y ojos de risa. La reencarnación bendita, el clon de mi Quique, amigo de mi hermano Rafa y mi primer amor adolescente.
Un brillo lujurioso en la mirada quería delatarme. Tenía que disimular porque no podía quitarle la ojos de encima así que he empezado a juguetear con el móvil mientras me obligaba a recordar mis tiempos mozos para sofocar mi concupiscencia in crescendo. A finales de los 80, mi Quique pasaba de mi como de la kk, todo hay que decirlo, pero la Carmen regordeta y tímida de 13 años nunca perdía la esperanza y se regocijaba urdiendo planes maquiavélicos para robar al destino unos minutos absurdos con su amor platónico. El último día que mi dirigió la palabra, estábamos en mi habitación (la misma que compartía con María y Alba, mis dos hermanas más incompatibles) y me las había ingeniado para quedarme a solas con él y prestarle un libro de Los Hollister.
Aquel día estrenaba pantalones vaqueros y en un alarde de erotismo, me había puesto una camisa blanca con la que se me transparentaba el sujetador. Mi pelo pantojil caía suelto sobre los hombros: era mi última oportunidad para seducirlo, sabía que en un par de meses volaría a un internado de Londres. El plan era el siguiente: en el interior del libro había introducido una foto mía en bañador (donde por cierto, ignorante de mi, me veía monísima) con la esperanza de que la encontrara «casualmente». En mi delirio juvenil, con el sentido del ridículo aletargado por las hormonas y la gilipollez adolescente llegué a la siguiente conclusión: si se leía el libro y me lo devolvía sin la foto era una señal inequívoca de su amor por mi. Significaría que se llevaba la foto consigo para recordarme desde la Gran Bretaña e implícitamente, encarnaba el comienzo de un pacto de amor en silencio que perduraría para siempre en el tiempo y la distancia. Semejante derroche de sagacidad y perspicacia era fruto de dos semanas de una exhaustiva maquinación con mi hermana Alba como cómplice y urdida desde la clandestinidad de mi ingenuidad premenstruante.
Pues bien, allí estaba yo, temblorosa y potencialmente arrebatadora, cuando mi Quique acnéico me pidió un vaso de agua. En el momento en que volví de la cocina, me extrañó ver en su cara una expresión de pavor. Se había roto el clímax (existente sólo en mi imaginación) y yo desconocía el motivo. Como un presagio fatídico, la risa de mi hermana Alba resonó en el pasillo mientras yo sospechaba que algo horrible estaba a punto de suceder. Efectivamente, mi Quique murmuró desencajado y lampiño un brutal “me voy”. Desconcertada, miré a mi alrededor en busca de una explicación y entonces la descubrí reveladora a mis pies: junto al libro de Los Hollister que yacía abierto en el suelo, asomaban mis bragas sucias (y cuando digo sucias, para ahorrar detalles quiero decir SUCIAS) en todo su esplendor de la pubertad y con manifestación escatológica incluida.
Nunca más volví a hablar con mi Quique. Sé que siempre estaré enamorada de él.
Bien. Y ahora os preguntaréis ¿por qué esta tía guarra y desquiciada disfruta recreándose en anécdotas soeces? Porque mi relato empieza aquí. Todo esto no tendría la menor repercusión en mis Historias del Metro si hubiera podido mantener la boquita cerrada. Súbitamente, en la intimidad de un vagón repleto, he sentido la imperiosa necesidad de contarle al clon de Quique mi incidente adolescente. Al fin y al cabo él, a partir de ese momento, también ha empezado a formar parte de la historia porque era clavadito al susodicho. Y además ¡qué coño! me apetecía desendemoniar mi trauma innombrable. Sabía que si relataba con todo lujo de detalles la inaudita leyenda de mis miserias, se rompería la maldición. Sólo así conseguiría olvidarla para siempre.
Únicamente ahora soy consciente de que he sufrido otro ataque de sinceridad acompañado de episodio verborréico. El clon de Quique ha bajado presuroso y también desencajado en Callao. He podido ver cómo se cambiaba de vagón. En ese momento me recordó más que nunca a mi Quique, el que jamás pude olvidar. Todavía sigo sonriendo.
Además de ser políticamente incorrecta, me encanta compartir aquí mis crisis de ordinariez.
25 respuestas a “historias del metro II: mi quique”
jajajaja…estas chalada Carmen,valgame dios si me encontrase contigo…buuff pobre Quique clon jajajaja
Besito
Uff, estas historias son las que le dan sabor a la vida, yo no tuve hermanos o hermanas para hacerme esas cosas, mis primos alejaban a cualquier galán puberto solo con tronarse los dedos y creo que fui asexual hasta los 22 años. Pfff eso o se los tronaron hasta los 22 años jajajajajaja.
¡Un beso!
Esto de horrorizar desconocidos debería ser un deporte institucionalizado y reconocido.
😉
El horrorizar a extraños a mi me purifica, me libera. No sé porqué pero me resulta terapéutico. Tú que eres psicóloga ¿me podrías decir porqué?
por cierto, enhorabuena por tu blog. Me parece súper interesante la info que trabajas! te he dejado un comentario. Volveré!
un beso
Sielu, he vuelto a entrar en tu blog y el comentario que he escrito no aparece. Lo he vuelto a intentar y lo mismo, nada de nada ¿es posible que exista algún problema con los comentarios o soy yo que me fallan las neuronas hasta tal punto que ya no sé ni lo que hago?
A mí no me gusta nada que me horroricen ni que alguien me lo haga pasar mal a sabiendas, sea una persona conocida o no. Hace tiempo que no dejo que nadie haga esto conmigo. Intento respetar siempre a quién tengo delante.
jajajaja, me partoooo!!!! está como una cabra!!! jajajaja, pobrecillo el clon de tu Quique, habrá flipado!!!!
xDDD! Me encantas!
Parece que te hayas vengado de «tuquique» por aquella huida despavorida.
Me encantaban los Hollister!!! eran tan correctos… ahora que lo pienso no te pegan mucho…
A ver si lo pillo, tu hermana Alba puso las bragas ahí? y no la mataste? tenías más hermanos, no se habrían dado cuenta
Me encanta la anécdota!!! más por favor!!!!
cuanto me encanta… parezco idiota
Jajajaja! No la maté porque me juró que no había sido ella. Yo sé que si ¿quién si no?
ya os iré contando más incidencias, las tengo de todos los colores pero mis favoritas son las escatológicas!
Jajajajaja!!! Me meooooooooooo! Qué bueno, Carmen! Yo también me hago fan desde ya de tus historias surrealistas 🙂
Si no fuera por estos puntazos y estos momentos, qué sería la vida…Eres única, no cambies!
Un beso!
Ahora sólo falta que sea el novio de la dependienta de Mango, jajajajaja!
Sería de 10!!!! Me encantaría!!!
jajaja sí eso sería la bomba! no puedo parar de imaginarme lo que habrá pensado el clon al verte con tu barriga prominente y contándole todo aquello, habrá pensado ¿quién ha dejado embarazada a la loca esta?
bss
jajaj, estás como un cerrojo.
Besoos
😉
Jaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa,
y lo bien que te has quedado que??
Como Dios. Me encanta horrorizar a los desconocidos. Piensan que están hablando con una loca y cuando huyen yo me parto.
Me meo contigo
😀 😀 😀
NO PUEDE SER CIERTO!!!!!
En serio se lo has contado???
Pues claro que es cierto. me lo ha pedido el cuerpo. Era una especie de terapia, una purificación, un desquite. Como pedirle disculpas al Miquique verdadero…
Además, recuerda que estoy un poco tocada y encima soy bastante desvergonzada… si unimos todos los ingredientes tengo que reconocer que resulto un poco peligrosa.
Ja, ja, ja… ESTA ES LA CARMEN QUE ME GUSTA, tienes un sentido del humor adorable, me encanta!!! …y no todos somos capaces de reirnos así de nosotros mismos, eres un PEDAZO DE SOL!!
Ay los Hollister!! yo era más de Los Cinco pero tb. me gustaban mucho!!! Tranquila todo el mundo hemos tenido un amor adolescente por el que hemos hecho el ridículo más absurdo ya entrando en la autohumillación… pero me encanta que lo relates y sobre todo cómo lo haces. Por favor no dejes de contarnos tus historias del metro que desde ahora mismo me hago fan!!!
Un besi bonita
Me alegro que te haya gustado tanto. Intentaré recordar más anécdotas de ese tipo para alegraros el rato. Yo con los chicos he hecho el ridículo hasta la saciedad. Patética.
un besaco!
O sea que le has soltado esa historia al clon asi sin anestesia ni na?? Jajaja tia me partoooooo.
Por cierto, fue tu hermana la que metió las bragas en el libro? O cómo llegaron a la vista de tu Quique???
Ay madre es buenísima la historia!
Quiero que montes en metro más a menudo… 😉
Claro. fue ella, la muy perra. Con el tiempo he deducido que no estaban dentro del libro, sino debajo. Es imposible meter unas bragas dentro de un libro y que se cierre bien… teniendo en cuenta que las bragas que llevábamos entonces eran de cuello alto, como las de Briget Jones. El libro estaba sobre mi mesita de noche y cuando me fui a por agua, mi Quique cogió el libro y ¡voila! ahí estaban esperándole. O eso o la zorra de mi hermana le entregó el libro con las bragas dentro… no sé, eso habría cantado mucho. De todas las formas, ella siempre lo ha negado todo…