Eran las 12.00 h. moría de hambre y antojo de burguer así que no he tenido más remedio que volar a por un Big Mac. Al volver a casa, mientras salivaba saliendo del ascensor, me he tropezado con Jota sentado junto a mi felpudo con cara de poker y una docena de rosas rojas en la mano.
– No sé lo que te he hecho pero perdóname
Mi primera reacción ha sido asesinarle con la mirada. Él ha susurrado un “vamos a hablar, por favor”
– ¿A hablar? ¡qué desfachatez! lo único que quieres es echar un polvo. Cuando estás en celo pierdes la dignidad
Acto seguido pensé “Pobrecito mío. Arturo tiene razón, las hormonas me están asilvestrando todavía más”.
Jota me miró aparentemente impasible, me arrebató las llaves, abrió mi puerta y después de estampar la bolsa del burguer y las rosas contra el ascensor, me metió en casa arrastrándome de la mano y cerrando de un portazo.
– Y ahora me vas a decir qué coño te pasa!!!!
Pero no pude decir nada porque él estaba tan mono enfurecido y yo tan cabreada, que el numerito de macho ibérico con impresionante poderío me dio un morbo voraz. Me avalancé sobre él. Mi lujuria estaba disparada. Noté por momentos que experimentaba un dramático incremento de la líbido: de pronto y sin saber cómo, me convertí en una máquina del sexo, me estaba transformado en una fiera y devoré al padre de la criatura con inusitada fogosidad.
En estos momentos Jota acaba de marcharse, blanco como una pared encalada. Para no romper el ritual de la reconciliación, le he dado la noticia cuando se estaba vistiendo, con lo cual me he sentido como una mantis religiosa que transcurrido el acto le arranca a su amante la cabeza de un bocao. La verdad es que no puedo transcribir literalmente el Momento Anunciación porque ni tengo ganas, ni recuerdo muy bien cómo ha pasado todo, solo sé que, de pronto, con la delicadeza que me caracteriza, se lo he soltado a bocajarro. Jota se ha sentado en la cama con los pantalones en la mano y han transcurrido dos minutos sin que pudiera articular palabra. Ya pensaba que el mismísimo arcángel Gabriel le había sellado los labios con cera de cirio bautismal cuando por fin ha conseguido balbucear un típico y tópico “no me lo puedo creer ¿qué vas a hacer ahora? soy muy joven para ser padre, no estoy preparado… imagino que abortarás ¿no?”. Ante tal derroche de ingenio y sensibilidad le he pedido por favor que saliera de mi casa. Me indigna que, ni por un segundo, su desvergüenza haya sido capaz de enmascarar tanto egoismo, inmadurez y egolatría. No esperaba demasiado entusiasmo por su parte ante la noticia pero por lo menos un gramo de empatía, un “y-tú-cómo-estás-qué-putada-no-te-preocupes-estoy-contigo” habría quedado digno como mera fórmula de cortesía.
Resulta paradójico: ahora sólo me siento ridícula. Ridícula y culpable. Es como si hubiera hecho algo completamente irreverente como mear en la acera. Para tratar de superar el vértigo del vacío, sin mucho esfuerzo también estoy consiguiendo sentirme inútil: como el DVD para aprender Batuka que me compré hace cuatro años.