Nadie dijo que fuera fácil sobrellevar la cuarentena. Estaba preparada para ello. Lo que ignoraba es que llegara a convertirse en algo irreal o mejor dicho, extraño y ha sido hoy cuando he empezado a ser consciente de mi «vuelta». Hasta ahora, vivía en un cuerpo y una mente que no me pertenecía pero tampoco echaba de menos a mi yo originario, el que vivió en mi antes de hacerme la prueba del embarazo y en la sala de dilatación me abandonó sin dejar una molécula de muestra para clonarme de nuevo.

Y no hablo de una mutación exclusivamente física, mi cabeza también se ha visto afectada por nuestras amigas las hormonas. Hoy algo ha hecho clic en ella y pronto me ha invadido una sensación de normalidad y de vuelta a casa. Como todo lo importante en la vida, ha venido de golpe y sin buscarla, pero ya la he atrapado: tranquilidad.

Mi vida ha dado un giro brusco y eso requiere un período de adaptación. Ahora estoy en el camino de transición: ¡bien! todavía no he llegado pero eso significa que he dado con el camino de vuelta. La cuarentena es un período de regreso, el cuerpo vuelve a su ser y el organismo empieza a recobrar la regularidad. La verdad es que me la trae al pairo mi camada de almorranas, el cansancio acumulado, mi abdomen elefantiásicamente ensanchado, el estreñimiento punzante, las grietas en los pezones, morir de aprensión cada vez que lavaba los puntos de la episitomía, la pesadez de piernas y el coñazo soberano de estar pendiente de la compresa las 24 horas del día. Lo realmente importante es que la cantidad de estrógenos y progesterona vuelven a los niveles normales y la gonadotropina coriónica ya ha desaparecido completamente. Mi cuerpo se reajusta. Mi cabeza también.

Estoy tomando posesión de mi misma. Las hormonas se baten en retirada y por fin creo que vuelvo a ser yo.