Me pregunto por qué últimamente me ronda un empeño obsesivo por recordar todos los síndromes bautizados y sufridos por mi en la adolescencia. Surgen de pronto en mi cabeza por generación espontánea y no puedo deshacerme de ellos, por eso, como método terapéutico necesito contar el síndrome de hoy para expulsarlo de mi.
En esta ocasión se trata sólo un recuerdo. Una conexión interneuronal, un lamentable suceso que creía haber borrado de mi mente hasta que hoy ha emergido de las profundidades de mi subconsciente como una monstruosa criatura abisal.
Todo empezó en una fiesta de la Universidad, me enrrollé con Hugo, un compañero de clase que me tenía obsesionada todo el curso, me volvía loca con su comportamiento porque era un maestro del “una de cal y otra de arena”. La noche de la fiesta conseguí que me hiciera caso y nos enrrollamos. Recuerdo que era jueves por lo que, lógicamente, el viernes nadie fue a la universidad y pasé el finde preguntándome cual sería su reacción al verme de nuevo el lunes en clase. Quise pensar que, por fin, quizás Hugo dejaría de pasar de mi y podría ser el principio de algo, así que el domingo lo dediqué por entero a plancharme el pelo mientras rastreaba en los armarios de mis hermanas mayores algún modelito casual que no pareciese un hábito de novicia.
Llegó el lunes y le pedí prestado el coche a mi madre con alguna excusa absurda que ahora no recuerdo. Se negó rotundamente así que no tuve más remedio que deslizar mi mano en su bolso y apoderarme de las llaves. Me sentía más segura y estupenda si llegaba a clase conduciendo (todavía no entiendo por qué). Estaba como un flan, recogí a mi amiga Inma y llegamos al parking de la Uni comentando la jugada. En esos momentos sólo tenía una fijación: buscar con la mirada a mi chico o a su coche e intentar aparcar cerca para provocar un encuentro también casual (como mi modelito) y como en una aparición estelar, me viera llegar a clase pintada como una puerta en el flamante Supermirafiori beige calzoncillo de mi madre. Súbitamente, a lo lejos, creí adivinar su anorak granate guateado. Fijé la vista para no perderle la pista y aceleré entre las calles formadas por los coches aparcados. Conducía chulica y resuelta. Estaba tan concentrada que juro que no la vi.
No la vi. Apareció de repente.
Estaba en mis narices y la arrollé, como si fuera imbécil.
Era azul, emergió de entre los coches y me la llevé por delante. Oí un ruido ensordecedor, un golpe seco, mi grito, Qué bochornazo! Una puerta arrancada de cuajo pegada al guardabarros delantero, Inma con un ataque de histeria y en mis oidos, todavía el ruido de los neumáticos chirriando en el asfalto. Bajé del coche horrorizada, dispuesta a pedir perdón ocho veces de rodillas, haciendo el pino puente o bailando la lambada. Mi madre me iba a matar. Inma no podía moverse, seguía riéndose pero ahora también lloraba simultaneamente gritando “me he hecho pis, me he hecho pis”. La odié, mientras luchaba contra la taquicardia: estaba a punto de sufrir una crisis de ansiedad.
Fue en ese instante cuando lo vi: Hugo tenía las manos pegadas a su cabeza y estaba blanco mirando su puerta amputada.
Ese fue el fin de la historia. Indudablemente pensó que era gilipollas y así me lo transmitió sin dudarlo.
La reacción de mi madre os la podéis imaginar. Cuando vio el morro del coche destrozado y comprobó que en el interior olía a urinario público, me sometió a un tercer grado inapelable.
En respuesta a lo que titula la entrada y que a estas alturas os estaréis preguntando, la definición es muy sencilla: el Síndrome Moviola es lo que sufrí los siguientes ocho meses al suceso, es decir la repetición incesante e infinita en mi mente del lamentable episodio. El Síndrome Moviola requiere la conjunción de tres variables:
1- Incidente siempre patético
2- Incidente protagonizado por mi,
3- Incidente relacionado siempre con el chico que me gusta y pasa de mi como de la kk.
Con el síndrome Moviola, mi ego consciente lucha contra la psicosis provocada por el rechazo y reproduce una y otra vez determinadas vivencias intentando encontrar señales inequívocas de amor o atracción donde no las hay ni las hubo jamás.
Todavía me duele la puerta, como si fuera un resto biológico, pegada a mi coche, hecha un despojo, como un mal sueño, como un dolor de muelas.
Pero tengo que reconocerlo: a día de hoy, me duele más mi orgullito.
10 respuestas a “el síndrome moviola”
Carmen pero qué grande!
¿Pero cómo habías conseguido sumergir ese pedazo de hito en las profundidades de tu subconsciente?
Me río al imaginarte escuchando el alboroto de tu amiga, intentando evitar pensar en la puerta azul arrancada de cuajo y dirigiendo todos tus esfuerzos en recuperar con la vista a tu objetivo, el pavo anónimo del anorak granate!
Me has hecho reir pero a gusto.
Además, uno se engrandece al reconocerse pequeño. Qué risa, por dios.
jajajaja, yo también lo siento, pero es que de imaginarme la escena… jajajaja, pero qué cosas te pasan!!!!!
Que mal trago dios!
Esto también me ha pasado a mí: «Con el síndrome Moviola, mi ego consciente lucha contra la psicosis provocada por el rechazo y reproduce una y otra vez determinadas vivencias intentando encontrar señales inequívocas de amor o atracción donde no las hay ni las hubo jamás.»
Seguro que yo pasé por un síndrome parecido jajaja
bss
Me has hecho recordar una infausta noche en la que decidí lanzarme a los brazos de un profesor del maestre que llevaba meses coqueteando conmigo ( o eso creía yo) y en plena noche de tonteo en la que me dice que le gusta alguien y que no me lo pude contar yo mas melosa que el almíbar poniendo ojitos le animo a que me lo cuente diciendole: venga tonto que seguro que a ella también le gustas ….. (imaginate esto con voz susurrante mientras tomábamos copas por cuzco en Madrid)
Pues fue el tío y cuando estaba a punto de clavados las uñas en el culo me confiesa que estaba a punto de morir de amor por una parguata del master que solo se dedicaba a estudiar y que tenia una pinta de novicia que te pasas….
Que bochornazo y como me descojono ahora!! Si yo volviera a nacer con lo que se ahora seria un termineitor sexual y sentimental . Anda que no me iba a reír ni nada!!
Jajajaja estos síndromes se viven entre cabreo y risotada, recuerdo ir un día manejando como diablo que come diablo, mi madre me acompañaba y me hizo notar lo bestia que conducía. Al girar en un lugar estrecho abollé el cofre del auto contra la parte trasera de un trailer camión-monstruoso, para colmo paré el tráfico en un cruce de 8 vías, se hicieron colas de gente pintándome el dedo… y yo solo recuerdo que seguía necia conque no manejaba mal. Di reversa, le pegué a otro coche y encima lo empujé para salir, luego fui a dejar a mi madre a dónde tenía que ir, ella estaba agarrada del asiento de copiloto como si yo fuera la reencarnación de todo lo malo existente en la tierra, al bajarse pude ver su cara de «oh no» al ver el coche, pero ni eso me inmutó, no fue sino hasta cuando bajé en la casa me cayó el veinte de que había hecho semejante salvajada, pero no antes.
¡Me faltó una sola variable para el síndrome Moviola! Jajajaja.
Perdona Carmen, sé que debe haber sido terrible para ti, pero para mí fue divertido… y me reí. Perdoooooón!!!!
Por cierto, soy tu fan chilena. Y sabes? Me enteré hace algunos días que estoy embarazada!! 😀 Así que aquí me tienes leyendo obsesivamente tus post sobre las «semanas».
Un beso. Ah! Yo nunca tuve historias así, siempre fui muy tranquila, y de hecho me arrepiento un poquito porque siento que seré una abuela aburrida sin historias que contar 😛
Enhorabuena Carolina!
espero que todo te vaya muy bien, cuéntanos cosas de vez en cuando. Espero que te sea útil el blog y esta gran ventaja que te llevo en cuanto a semanas de gestación.
No te arrepientas nunca de ser tranquila, mi vida ha sido una carrera loca y desenfrenada buscando la paz interior y no me siento demasiado orgullosa de muchas cosas. pero es mi vida y así elegí vivirla.
Un besito y vuelve pronto!
Lo siento, Carmen, no puedo evitarlo: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!!
Lo entiendo, lo entiendo. Y es más, tu risa me ayuda a desmitificar el incidente.
gracias!
Como anécdota es buenísima, reconócelo…
Aunque la del libro que le ibas a dar a ese chico que tanto te gustaba con tus bragas dentro tampoco se queda corta, jajajajajaja!