El 11 de octubre, día de la prueba casera de embarazo, estaba sola, en mi único WC, Clearblue en ristre, cigarro en mano y un vodka con limón en el cuerpo para calmar los nervios y acelerar el pis. Eran las 19.00h y aunque recomiendan hacerse la prueba con la primera orina de la mañana porque posee mayor concentración de hormona, después de jartarme a comer pato laqueado del chino de abajo tuve un presagio que se convirtió en ataque de paranoia y no hubo otra que correr a la farmacia.
Las instrucciones del aparatejo decían: “Sujete el colector de muestras absorbente orientado hacia abajo expuesto al flujo de orina durante 5 segundos solamente o sumérjalo durante 20 segundos en una muestra de orina recogida en un recipiente limpio y seco”
Decidí inmediatamente optar por la primera opción ya que la juzgué más rápida e higiénica que la segunda: el hecho de tener que recoger una muestra de pis en un vaso de chupito de Joy Eslava me pareció pelín repugnante. Me temblaba tanto la mano que era realmente imposible acertar con el chorrito en el colector del Clearblue y así, durante 5 segundos, fui consciente de que tomé la decisión equivocada: la opción más higiénica era la segunda. Puse el capuchón al Clearblue y me lavé las manos (por razones obvias) sin quitar la vista del símbolo del relojito intermitente. Pasaron tres minutos mientras me miraba en el espejo repitiendo como una autista “es imposible, es imposible, es imposible” y cantando “Like a virgin”.
Mecagüen la pantalla con el indicador de concepción y la Gonadotropina Coriónica Humana: “embarazada 2-3”