Último sábado de julio.

Muchos españoles se encuentran ahora en pleno movimiento migratorio con destino al mar.

Madrid empieza a quedarse desierto. La capital se desnuda de gente y es un placer pisar sus calles vacías, relajadas, latentes, en periodo de espera: en un mes los madrileños regresan a ellas y volverán a llenarlas de sus historias. Mi ciudad se paraliza mientras el asfalto y la soledad se dilatan.

Siempre me ha gustado Madrid en agosto. Mientras la ciudad se congela disfruto como nadie de este tiempo muerto de proyectos latentes. Todos descansan y yo aprovecho para tomar carrerilla: sigo trabajando en prepararme para todo lo bueno que me espera en septiembre. Juego con ventaja. Sólo espero que este año las calles también se limpien de gente.